La fuerza de los
fuertes
Jack London
El relato historico del surgimiento del excedente, el dinero, la propiedad privada, las clases sociales, el clero, el ejercito y el Estado (y de quienes quiere revolucionar ese orden establecido) en forma de cuento.
El relato historico del surgimiento del excedente, el dinero, la propiedad privada, las clases sociales, el clero, el ejercito y el Estado (y de quienes quiere revolucionar ese orden establecido) en forma de cuento.
Las parábolas no mienten,
pero los mentirosos las
utilizan.
Lip King
El viejo Barba-larga hizo
una pausa en su relato, chupó sus dedos llenos de grasa y los limpió sobre su
costado dejado al descubierto por el fragmento usado de piel de oso que
constituía su único vestido. En cuclillas, le rodeaban tres jóvenes, sus nietos.
Corre-gamo, Pelo-de-zanahoria y Miedo-de-noche. Todos se parecían mucho,
míseramente vestidos con pieles de animales, delgados, caderas estrechas y
piernas torcidas, pero con amplios pechos, brazos musculosos y manos enormes.
El pelo les salía abundante por el tórax y las espaldas, así como por las
partes exteriores de los brazos y las piernas: de sus cabezas acolchadas por
una cabellera virgen se escapan a cada instante largos mechones que caían
delante de sus ojos, pequeños, negros y brillantes como los de pájaros de
presa; sus órbitas estaban juntas, sus pómulos separados, sus maxilares
inferiores eran prominentes y masivos.
Bajo la bóveda estrellada,
se escalonaban cadenas de montañas cubiertas de bosques. Muy lejos, el reflejo
de un volcán enrojecía el cielo; detrás de ellos se entreabría la obscura
caverna, de donde soplaba una corriente de aire intermitente. Delante de ellos,
muy cerca, ardía una hoguera, al lado yacía el cuerpo medio devorado de un oso,
que vigilaban a distancia varios perros grandes y semejantes a lobos. Cada
hombre había puesto cerca de él su arco, sus flechas, sus mazas, y en el
orificio de la caverna estaban apoyadas varias jabalinas rudimentarias.
–Así es como dejamos la
caverna por el árbol –resumió el viejo Barba-larga. Y se echaron a reír como
niños grandes al evocar una vieja historia. Barba-larga hizo lo mismo y el
amuleto de hueso de diez centímetros que atravesaba el cartílago de su nariz se
le movía, dando más ferocidad a su fisonomía. Naturalmente la frase no se
parece apenas a la serie de sonidos animales que salieron de su boca y que
significan lo mismo.
–Y este es mi primer
recuerdo del Valle del Mar –continuó Barba-larga–. Éramos una banda de tontos
que ignorábamos el secreto de la fuerza: ya que cada familia vivía sola y se
las arreglaba por su cuenta. Eran unas treinta, pero no se entendían entre
ellos, no se visitaban y se temían mutuamente. En la cima de nuestro árbol
construimos una choza de cañas sobre una plataforma en donde apilamos grandes
piedras destinadas a los cráneos de nuestros eventuales visitantes. Por otra
parte, teníamos nuestras jabalinas y nuestros arcos, y no pasábamos nunca bajo
los árboles de otras familias. Mi hermano se aventuró una vez bajo el árbol del
viejo Bou-ouf y salió con la cabeza rota, simplemente. Este viejo Bou-ouf era
muy fuerte, capaz, según parece, de arrancar la cabeza a un hombre. Nunca oí
decir que lo hiciera, pero nadie le dio ocasión, y mi padre menos que otros. Un
día en que este se encontraba en la playa, Bou-ouf se puso a perseguir a mi
madre. Ella no podía correr deprisa porque había recibido en la víspera un
zarpazo de oso en la montaña donde recogía bayas. Bou-ouf la atrapó y se la
llevó a su árbol. Mi padre no se atrevió jamás a ir a buscarla. Tenía miedo y
el viejo Bou-ouf le hacía muecas. Por otra parte, mi padre, no se preocupó
demasiado.
Brazo-de-hierro, uno de
los mejores pescadores era un hombre muy fuerte también. Un día que se subía a
las rocas buscando huevos de golondrinas, se cayó por el acantilado; a
consecuencia de este accidente perdió todas sus fuerzas, tosió continuamente y
sus hombros se le juntaron. Entonces mi padre tomó la mujer de Brazo-de hierro, y cuando el marido vino a
toser bajo nuestro árbol mi padre se echó a reír y le tiró piedras.
Estas eran nuestras
maneras de entonces, no sabíamos hacernos fuertes uniendo nuestras fuerzas.
–¿Un hermano había podido
raptar la mujer de su hermano? –preguntó Corre-gamo.
–Si, a condición de ir a
vivir a otro árbol.
–Nosotros ya no hacemos
cosas semejantes –observó Miedo-de-noche.
–Porque he enseñado
mejores maneras a vuestros padres.
Barba-larga alargó su pata
velluda hacia el asado de oso y cogió un pedazo de grasa que
engulló con ojos absortos.
Después se limpió de nuevo las manos sobre su costado desnudo
y continuó:
–Lo que os cuento ocurrió
hace mucho tiempo, cuando no conocíamos todavía las buenas
maneras.
–Debías de ser muy rudo
para no conocerlas –subrayó Corre-gamo, y Piel-de-zanahoria
aprobó con un gruñido.
–Lo éramos, pero aún
llegamos a serlo mucho más, como vais a ver. Sin embargo,
aprendimos a vivir mejor,
y he aquí como: Nosotros, Comedores-de-pescado, no habíamos aprendido todavía a
unir nuestras fuerzas en común para hacernos fuertes individualmente.
Pero los
Comedores-de-carne que vivían en el Gran Valle, estaban al otro lado de la
montaña , cazaban, y pescaban juntos, y se reunían para combatir. Un día invadieron
nuestro valle. Cada una de nuestras familias se retiraron a su caverna o a su
árbol. Los Comedores-de- carne no eran más de diez, pero atacaban al unísono,
mientras que nosotros luchábamos individualmente y por nuestro propios medios.
Barba-larga contó larga y
laboriosamente con los dedos.
–Éramos setenta hombres
–concluyó–. Éramos fuertes y no lo sabíamos. Vimos como los Comedores-de-carne
atacaban el árbol de Bou-ouf. Él se defendió valientemente, pero sin esperanza.
Nosotros mirábamos. Cuando varios de los Comedores-de-carne subieron al asalto,
Bou-ouf tuvo que mostrarse para tirarles piedras sobre la cabeza. Los otros no
esperaban otra cosa para acabar con él a flechazos. Este fue el fin de Bou-ouf.
Posteriormente, los Comedores-de-carne asaltaron la caverna del Tuerto y su
familia. Encendieron un fuego en la entrada y lo ahogaron, como hoy hemos hecho
nosotros con ese oso. Después de lo cual la tomaron con Seis-dedos, en su
árbol, y mientras lo masacraban con su hijo adulto, el resto de nuestra banda
se dio a la fuga. Capturaron a algunas de nuestras mujeres y mataron a dos
viejos que no podían correr y a varios niños, y después se llevaron a varios
prisioneros al Gran Valle.
A continuación de ese
desastre, los que quedaban entre nosotros se reunieron a escondidas y sin duda
a causa de nuestro terror y la necesidad que teníamos de solidarizarnos,
discutimos el asunto. Este fue nuestro primer consejo serio y desembocó en la
formación de nuestra primera tribu. Acabábamos de recibir una lección. Cada
individuo de esta decena de Comedores-de-carne poseía la fuerza de diez porque
los diez habían combatido como un solo hombre y unido sus fuerzas, mientras que
nuestras treinta familias, por lo tanto sesenta hombres, no poseían más que la
fuerza de un solo individuo ya que peleaban cada uno por su cuenta. Fue una
gran conferencia, difícil sin embargo, ya que no poseíamos para explicarnos las
palabras inventadas por varios de entre nosotros, pero sobre todo por el
Escarabajo. Pero a pesar de todo, nos pusimos de acuerdo en reunir nuestras
armas y combatir como un solo hombre la próxima vez que los Comedores-de-carne
cruzaran la cresta para venir a robar a nuestras mujeres. Y este fue el origen
de la tribu.
Pusimos dos hombres sobre
la cresta, uno de día y otro de noche, para vigilar los movimientos de los
Comedores-de-carne. Estos dos representaban los ojos de la tribu; por otra
parte, diez hombres armados con sus arcos, flechas y jabalinas debían de
turnarse prestos para el combate. Antes, cuando un hombre iba a buscar pescado,
mariscos o huevos de gaviota, se llevaba sus armas y se pasaba la mitad del
tiempo vigilando. De ahora en adelante, los proveedores salieron sin armas y
emplearon todo su tiempo en la búsqueda de alimentos. Igualmente, cuando las
mujeres iban a la montaña a buscar raíces o bayas, cinco hombres armados las
acompañaban. Y sin descanso, los ojos de la tribu vigilaban sobre la cresta.
Sin embargo los problemas
surgieron, y en relación a las mujeres como de costumbre. Los hombres deseaban
la mujer de su prójimo, y de tanto en tanto, uno de ellos tenía la cabeza rota
o el cuerpo atravesado por una jabalina. Mientras que uno de los centinelas se
encontraba de guardia sobre la cresta, otro hombre le robaba su mujer y el
vigilante bajaba para pelear, después, el otro vigilante, temiendo un destino
semejante, descendía igualmente. Y querellas del mismo tipo estallaban entre
los diez hombres armados, de modo que se peleaban cinco contra cinco y algunos
de entre ellos se escapaban hacia la costa perseguidos por los otros.
A fin de cuentas, la tribu
se quedaba sin protección y ciega. Lejos de poseer la fuerza de sesenta, no
teníamos fuerza en absoluto. Reunidos en gran consejo, establecimos nuestras
primeras leyes. Yo no era más que un niño entonces, pero me acuerdo como si
fuera ayer. Para ser fuertes, decían, no debíamos de pelear entre nosotros. En
adelante, todo hombre que matara a otro hombre sería ejecutado por la tribu.
Según otra ley, cualquiera que robase la mujer del vecino era igualmente
condenado a muerte. Pues si el poseedor de un excedente de fuerza la empleara
contra sus hermanos, estos vivirían en el temor, la tribu se disgregaría y
volveríamos a ser tan débiles como cuando los Comedores-de-carne venían a
invadirnos y mataron a Bou-ouf. Falange-dura era un hombre fuerte, muy fuerte,
no obedecía ninguna ley. No conocía más que su propia fuerza y se valió de ella
para raptar a la mujer de Tres-conchas. Este intentó pelear, pero el otro le
aplastó el cerebro con un golpe de mazo. Falange-dura había olvidado nuestra
resolución de unir toda nuestra energía para mantener la ley. Lo matamos al pie
de su árbol y colgamos el cadáver en una de sus ramas para mostrar la potencia
de la ley, esta fuerza común.
Sobrevinieron otras
dificultades. Pues sabed, Corre-gamo, Piel-de-zanahoria y Miedo-de- noche, que
se hacía muy difícil reunir en consejo a todos los miembros de la tribu a
propósito de todo tipo de problemas, incluso, a veces, de pamplinas.
Celebrábamos consejos por la mañana, a mediodía, por la tarde e incluso a
medianoche, y ya no teníamos tiempo para buscar el alimento, pues quedaba
siempre algún problema por resolver, cuando se trataba por ejemplo de nombrar a
nuevos vigilantes en el puesto de la montaña o fijar la ración de los hombres
armados que no podían nutrirse por ellos mismos. Sentíamos la necesidad de un
hombre escogido para todas estas tareas, de un jefe que eepresentara la
voz del consejo y le rindiera cuenta de sus propios actos. Elegimos para
este empleo a un hombre muy fuerte llamado Fith-fith porque en sus cóleras
emitía un ruido análogo a la amenaza de un gato salvaje.
Los diez guardias de la
tribu, recibieron la orden de construir un muro de piedra a través de la
garganta del valle. Mujeres y adolescentes ayudaron a consolidarlo, así como
otros hombres. Después de lo cual todas las familias descendieron de las
cavernas y bajaron de los árboles, y construyeron chozas de cañas al abrigo del
muro. Estas chozas eran más grandes y confortables que las habitaciones
subterráneas y aéreas, y todo el mundo vivió más cómodamente porque los hombres
habían reunido su fuerza y formado una tribu. Gracias al muro, a los guardias y
a los centinelas, quedaba más tiempo a los otros para cazar, pescar, coger
raíces o frutos salvajes, el alimento fue cada vez más abundante y mejor, y
nadie sufrió más de hambre.
Entonces Tres-patas, así
llamado porque se había roto las piernas en su infancia y caminaba con un
bastón, recogió semillas de trigo salvaje y las sembró cerca de su choza;
también trató de sembrar diversas raíces suculentas encontradas en los valles.
Tranquilos por la seguridad del Valle del Mar, debido a la muralla, a los
guardias y a los vigilantes, así como por la posibilidad de procurarse víveres
en abundancia sin recurrir a la batalla, numerosas familias afluyeron de los
valles, de la costa y de la montaña, en donde vivían más como animales salvajes
que como seres humanos. La población se hizo muy densa. Pero antes, las tierras
hasta entonces libres y pertenecientes al primer llegado, fueron repartidas
entre los ocupantes. Tres-patas había dejado el ejemplo de esta parcelación
sembrando su trigo.
Sin embargo, la mayoría de
entre nosotros se preocupaba poco del suelo y consideraba como una tontería las
parcelaciones de tierra por medio de pequeños muros de piedra. Nosotros
encontrábamos vituallas en abundancia, ¿qué más nos hacía falta? Me acuerdo que
mi padre y yo ayudamos a Tres-patas a construir sus pequeños muros y que nos
dio trigo a cambio. De esta manera un pequeño grupo de gente acaparó las
tierras y Tres-patas tomó la parte más grande. Otros poseedores de terrenos los
obtuvieron de los primeros habitantes, a cambio de trigo, de raíces, de pieles
de oso, y del pescado que los granjeros recibían de los pescadores a cambio de
su grano. Y no tardamos mucho en observar la desaparición de todo el terreno
libre.
Hacia la misma época,
Fith-fith murió y Diente-de-perro, su hijo, fue elegido jefe. Al menos, pidió
serlo, por que su padre lo había sido antes que él. Sin duda, se consideraba
como un jefe más grande que su padre. Y fue un excelente jefe al comienzo y
trabajó duro, de manera que el consejo tenía cada vez menos trabajo. »Entonces
una nueva voz se elevó en el Valle del Mar, la de Labio-torcido. Casi no
hicimos caso, hasta el momento en que comenzó a conversar con los espíritus de
los muertos. Más tarde lo llamamos Panza-grande, porque comía muy poco y no
trabajaba apenas; se hizo gordo y redondo. Un día, Panza-grande nos declaró que
tenía el secreto de los muertos y que era el portavoz de Dios. Hizo amistad con
Diente-de-perro que nos ordenó construir una choza de caña para su favorito.
Este último puso tabúes a su alrededor y encerró a Dios dentro.
Diente-de-perro fue
consiguiendo una influencia mayor sobre el consejo, y cuando éste gruñía y
amenazaba con elegir un nuevo jefe, Panza-grande hablaba con la voz de Dios
para disuadirles, apoyado por otra parte por Tres-patas y los otros poseedores
de terrenos. Por otro lado, el hombre más fuerte del consejo era León-de-mar,
al que los propietarios de tierras dieron secretamente terreno y cantidades de
pieles de oso y cestas de trigo. También León-de-mar declaró que la voz de
Panza-grande era realmente la de Dios y que debía de ser escuchada. Al poco
tiempo, León-de-mar fue proclamando portavoz de Diente-de-perro y tomó la
costumbre de hablar en nombre de este.
También estaba
Pequeña-panza, un enano tan delgado que parecía que nunca había matado el
hambre. En la desembocadura del río, donde hay el banco de arena que amortigua
la fuerza de las olas, construyó un gran cepo para peces. Nadie había visto ni
imaginado algo semejante. Trabajó en ello durante varias semanas con su hijo y
su mujer, mientras que nosotros nos burlábamos de su esfuerzo. Pero, cuando
acabó el cepo, cogió más pescado que el que la tribu podía coger en una semana,
y ésta fue una ocasión de gran alegría.
No había más que otro
lugar del río en el que se pudiera construir una trampa para peces. Cuando mi
padre emprendió conmigo y una docena de compañeros la construcción de una gran
trampa, los guardias salieron de la gran choza de caña construida por nosotros
y nos pincharon las costillas con sus jabalinas bajo pretexto de que
Pequeña-panza tenía que instalar para él mismo una trampa en ese lugar,
siguiendo las órdenes de León-de-mar, portavoz de Diente de perro.
Esta manera de actuar
provocó numerosas protestas, y mi padre convocó un consejo. Pero cuando se
levantó para tomar la palabra, León-de-mar le atravesó la garganta con una
jabalina y murió en el acto. Diente-de-perro, Pequeña-panza, Tres-patas y todos
los poseedores de terreno proclamaron su aprobación y Panza-grande certificó
que esta era la voluntad de Dios.
Después de lo cual la
gente cogió miedo para levantarse y abrir la boca en el consejo, y éste fue el
fin de esta institución. Otro individuo, llamado Jeta-de-cerdo, se especializó
en la cría de cabras, de la que había oído hablar mucho a los
Comedores-de-carne. No tardó en poseer grandes cantidades de rebaños. Otros
hombres que no poseían ni tierra, ni trampa de peces, que se hubieran muerto de
hambre de otra manera, se creyeron afortunados trabajando para Jeta-de-cerdo.
Cuidaban sus cabras, las defendían de los perros salvajes y los tigres, y las
conducían hacia los pastos de las montañas. A cambio, Jeta-de-cerdo, les
distribuía algo de carne y pieles de cabra, que ellos a su vez cambiaban por
trigo y raíces suculentas.
Fue en esta época cuando
apareció la moneda. León-de-mar fue el primero que pensó en ello y habló a
Diente-de-perro y Panza-grande. Estos tres hombres, poseían una parte de todas
las cosas en el Valle del Mar. Un cerón de trigo de cada tres les pertenecía.
Un pescado de cada tres. A cambio alimentaban a los guardias y vigilantes, y se
reservaban el resto. A veces cuando la pesca era abundante, no sabían que hacer
con sus partes. Entonces León-de-mar contrató mujeres para fabricar monedas de
conchas, piedrecitas redondas, bien pulidas y agujereadas, que ensartadas en un
rosario representaban un cierto valor. Cada uno de estos rosarios equivalía a
treinta o cuarenta peces; pero a las mujeres que confeccionaban estos rosarios
por día él les asignaba simplemente dos peces. El pescado perteneciente a
Diente-de-perro, Panza-grande, y León-de-mar, no podía consumirse enteramente.
Así todas las monedas les pertenecían. Después declararon a Tres-patas y a
otros propietarios de terreno, que en adelante habrían de pagarle en moneda sus
partes de trigo y de tubérculos; reclamaron moneda a Pequeña-panza por su parte
de pescado, y exigieron de Jeta-de-cerdo su parte de cabras y de queso.
Así el hombre que no
poseía nada trabajaba para el que tenía algo y era pagado con moneda. Con este
medio de intercambio se compraba trigo, pescado, carne y queso. Tres-patas y
otros poseedores de diferentes cosas pagaban su parte en moneda a
Diente-de-perro, León-de-mar y Panza-grande, y estos pagaban con moneda a los
guardias y los vigilantes, que, a su vez, pagaban la comida con ella.
Como esta era barata,
Diente-de-perro reclutó a un gran número de nuevos guardias. Por otra parte,
las piececitas eran fáciles de hacer y muchos hombres se pusieron a fabricarlas
con conchas. Pero los guardias les atravesaban con jabalinas y flechas porque
intentaban desmantelar la tribu: era un crimen destruirla, porque entonces los
Comedores-de-carne franquearían de nuevo la cresta y vendrían a masacrar a todo
el mundo.
Panza-grande era la voz de
Dios, pero ordenó sacerdote a un tal Costilla-rota que se hizo portavoz suyo y
hablaba por él la mayoría de veces: los dos tomaron nuevos hombres para
servirles. Igualmente, Pequeña-panza, Tres-patas y Jeta-de-cerdo mantenían
servidores tumbados al Sol delante de sus chozas, siempre dispuestos a hacer
sus recados y a transmitir sus órdenes. Un número de hombres cada vez más
grande fue así retirado del trabajo, de manera que los que quedaban tuvieron
que trabajar más que nunca. El deseo de esta gente era no hacer nada y
encontrar la manera de hacer trabajar a otros por ellos.
Un tal Ojos-bizcos
descubrió un medio excelente: consiguió extraer del grano el primer licor
ardiente. En adelante se tumbó perezosamente, ya que en un encuentro secreto
con Diente-de-perro y Panza-grande se convino que él guardaría el monopolio de
esta fabricación. Pero Ojos-bizcos no trabajaba por él mismo, unos hombres le
producían en su lugar y les retribuía con moneda, luego vendía el licor por
moneda y todo el Mundo le compraba. Y dio numerosos rosarios de monedas a
Diente-de-perro, León-de-mar, y a todos los demás.
Panza-grande y
Costilla-rota defendieron la causa de Diente-de-perro cuando tomó una segunda
mujer y después una tercera. Declararon que Diente-de-perro se diferenciaba de
los demás hombres y que iba inmediatamente después del Dios que Panza-grande
guardaba en su santuario de caña; Diente-de-perro por su parte, afirmó lo mismo
y preguntó con qué derecho se protestaría sobre el número de mujeres que le
agradaba tomar. Se hizo construir una gran piragua y sacó del trabajo a ciertos
hombres que se mantendrían tumbados al Sol salvo cuando Diente-de-perro se
paseara en barco y ellos remarían por él.
Nombró jefe de todos
los guardias a un tal Cara-de-tigre que se convirtió en su brazo derecho y
cuando un hombre le disgustaba lo hacía matar por él. Cara-de-tigre a su vez,
hizo su brazo derecho a otro individuo para mandar en su nombre y matar en su
lugar.
Pero lo más extraño era
que a medida que el tiempo pasaba, nosotros trabajamos más duro y encontrábamos
menos para comer. –Sin embargo –objetó Miedo-de-noche–, ¿qué se había hecho de
los granos, de las raíces suculentas y de la trampa para los peces?, ¿el
trabajo humano ya no podía producir más alimento?
–¡Claro que sí! –afirmó
Barba-larga–. Tres hombres con la trampa de peces llegaban a coger más pescado
que toda la tribu antes de su construcción. ¿Pero no os he dicho que éramos
tontos? Mientras más comida producíamos, menos teníamos para comer. –¿No es
evidente que el gran número de hombres que no hacían nada se lo comían todo? –
preguntó Piel-de-zanahoria.
Barba-larga movió
tristemente la cabeza:
–Los parientes de
Diente-de-perro estaban hartos de carne, y sus servidores tumbados
perezosamente al Sol engordaban, mientras que los niños se dormían llorando de
hambre.
Incitado por este relato
de hambre, Corre-gamo arrancó un trozo de carne de oso, la hizo asar al extremo
de un bastón sobre los carbones ardientes y la devoró haciendo crujir los dientes,
mientras que Barba-larga continuaba:
–Cuando nosotros
refunfuñábamos, Panza-grande se levantaba, y con la voz de Dios, declaraba que
el Dios había escogido los hombres sabios para poseer las tierras, las cabras,
la trampa de los peces, y el licor-de-fuego, y que sin estos hombres sabios
seríamos todos animales como en el tiempo en que vivíamos en los árboles.
Entonces surgió un hombre
que se convirtió en cantor del rey. Se le llamó el Escarabajo porque era
pequeño, delgado de cara y de cuerpo, y no conseguíamos estuviera con los
brazos cruzados. Le encantaban los huesos con tuétano, los pescados finos, la
leche tibia de las cabras y el primer trigo maduro, así como el lugar más
confortable cerca del fuego. Esta situación de cantor del rey le permitió engordar
sin hacer nada.
Cuando la murmuración del
pueblo iba en aumento y algunos comenzaban a lanzar piedras sobre el techo de
la choza del rey, el Escarabajo compuso una canción para celebrar la felicidad
de ser un Comedor-de-peces. Decía en su canción que los Comedores-de-peces eran
elegidos por Dios y los más hermosos hombres creados por él. En cuanto a los
Comedores-de-carne, los trataba de cerdos y de puercos y recomendaba como una
noble acción combatirlos y morir por cumplir la .obra de Dios, es decir matar a
los Comedores-de- carne.
La letra de este Himno nos
inflamó, y pedimos ir a la guerra contra nuestros vecinos. Olvidamos nuestra
hambre y nuestros motivos de descontento, y fuimos felices al franquear la
cresta bajo el mando de Cara-de-tigre y al masacrar a un gran número de
Comedores-de-carne.
Sin embargo, no por eso
las cosas fueron mejor en el Valle del Mar. La única manera de comer era
trabajar para Tres-patas, Pequeña-panza y Jeta-de-cerdo, ya que no existía
ningún terreno en el que un hombre pudiera sembrar trigo para sí mismo. Y a
menudo había más trabajadores de los que podían ocupar Tres-patas y los demás.
Estos hombres sin trabajo se veían reducidos al hambre, así como
sus mujeres, sus niños y sus abuelos.
Como Cara-de-tigre había
dispuesto que el que quisiese podía entrar en la guardia, muchos de ellos se
enrolaron y ya no hicieron en adelante otra cosa más que picar con sus
jabalinas a los hombres sin trabajo que murmuraban al ver alimentar tantas
bocas inútiles. Y cada vez que protestábamos, el Escarabajo componía nuevas
canciones. Decía que Tres-patas, Jeta-de-cerdo, y sus acólitos eran hombres
fuertes y ésta era la causa de su riqueza. Añadía que debíamos considerarnos
afortunados al tener con nosotros hombres fuertes, sin los cuales peligraríamos
con nuestra impotencia bajo los golpes de los Comedores-de- carne, y que en
consecuencia había que dejar que tales personajes tomaran todo aquello sobre lo
que pudieran meter mano. Y Panza-grande, Jeta-de-cerdo, Cara-de-tigre y los
otros aplaudían la canción. –Muy bien –dijo Colmillo-largo–, entonces yo
también seré un hombre fuerte.
Habiéndose procurado
grano, se puso a fabricar licor ardiente y a venderlo por rosarios de monedas.
Como Ojos-bizcos se quejaba de la competencia, Colmillo-largo declaró que él era
también un hombre fuerte, que si Ojos-bizcos continuaba armando escándalo le
rompería el cráneo. Ojos-bizcos intimidado, fue a conversar con Tres-patas y
Jeta-de cerdo, y los tres se entrevistaron con Dientes-de-perro. Este habló con
León-de-mar y éste envió un mensaje a Cara-de-tigre. Cara-de-tigre envió sus
guardias que quemaron la choza de Colmillo-largo con el licor ardiente de su
fabricación y ataron junto a él a toda su familia.
Panza-grande aprobó este
acto y el Escarabajo compuso otro himno a la gloria de aquellos que observan la
ley, celebrando el Valle del Mar e incitando a todos los que amaban este
magnífico país a partir en guerra contra los Comedores-de-carne. Una vez más su
canto nos inflamó, y olvidamos nuestras rencillas.
Cosa inaudita: cuando
Pequeña-panza capturaba demasiados pescados y debía de venderlos por poco
dinero, echaba una gran parte al mar para sacar más beneficio del resto.
Tres-patas, por su parte, dejaba grandes campos sin sembrar para sacar más
dinero de su trigo. En fin, como las mujeres confeccionaban tantos rosarios de
conchas que hacían falta muchos para efectuar la más pequeña compra,
Diente-de-perro detuvo la fabricación de las monedas. Entonces las mujeres se
encontraron sin trabajo y ocuparon el lugar de los hombres. Ocupado en una
trampa de pescado, yo ganaba un rosario de monedas cada cinco días. Pero cuando
mi hermana me reemplazo, ella no recibió más que un rosario cada diez días.
Como las mujeres trabajaban más barato había menos para comer y Cara-de-tigre nos
aconsejó que nos hiciéramos guardias. Esto me era imposible a causa de mi
pierna, demasiado corta, y Cara-de-tigre no quiso saber nada de mí. Muchos
otros se encontraban en el mismo caso. Éramos hombres destrozados, capaces como
nunca, de mendigar un
trabajo o de cuidar a los
niños mientras las mujeres laboraban.
Pelo-de-zanahoria a
su vez hambriento por este relato, metió un trozo de carne de oso sobre el
carbón.
–Pero, ¿por qué no os
rebelabais todos juntos para matar a Tres-patas, Jeta-de-cerdo, Panza-grande
y todos los otros y
encontrar algo que comer? –comentó Miedo-de-noche.
–Porque no lo entendíamos
–respondió Barba-larga–.
Había que pensar
muchas cosas, y después estaban los guardias que nos acribillaban con las
jabalinas y Panza-grande que hablaba de Dios, y el Escarabajo que entonaba
nuevas canciones. Cuando un hombre pensaba lo justo y expresaba su pensamiento,
Cara-de-tigre y los guardias lo llevaban y lo ataban sobre las rocas en marea
baja para que se ahogara cuando aquélla subiera.
Era un fenómeno muy
extraño, la moneda, igual que los himnos del Escarabajo, sonaba muy bien, pero
no servía para nada y fuimos lentos en comprenderlo.
Diente-de-perro se puso a
acumular conchas. Hizo una enorme pila en su choza de caña que los guardias
vigilaban de día y de noche, y cuanto más amontonaba, más caras eran, de manera
que un hombre tenía que trabajar más para ganar un rosario. Después se hablaba
siempre de guerra con los Comedores-de-carne, mientras que Diente-de-perro y
Cara-de-tigre acumulaban en varias chozas trigo, pescado seco, carne ahumada y
queso. Y mientras que los víveres se amontonaban, el pueblo no tenía suficiente
para comer. ¿Pero, qué importaba? Cada vez que se comenzaba a gruñir demasiado
fuerte, el Escarabajo entonaba una nueva canción, Panza-grande declaraba que la
voz de Dios nos conducía al otro lado de la montaña para hacer una nueva
matanza. Se me juzgaba no apto para ser un guardia o para engordarme tumbado al
Sol, pero en tiempo de guerra, Cara-de-tigre estaba contentísimo con llevarme.
Y cuando habíamos comido
ya todos los víveres almacenados, dejábamos de pelear y volvíamos para
amontonar otros nuevos.
–¿O sea que estabais todos
locos? –comentó Corre-gamo.
–Lo estábamos en verdad
–reconoció Barba-larga–, Todo esto era muy extraño.
Un tal Nariz-hendida
pretendía que todo iba al revés. Admitía que nos hicimos fuertes uniendo
nuestros esfuerzos. Afirmaba que en los primeros tiempos de la tribu era justo
que los hombres cuya fuerza constituía un peligro para él, fueran suprimidos,
como por ejemplo los que cascaban la cabeza de sus hermanos y robaban sus
mujeres. Pero ahora, no éramos más fuertes, sino mucho más débiles ya que otros
hombres dotados de otro género de potencia
nos hacían daño. Hombres
que poseían la fuerza del terreno, como Tres-patas; la fuerza de la trampa para
el pescado, como Pequeña-panza, o la fuerza de ser dueño de las cabras como
Jeta-de-cerdo.
El único medio de salir de
todo esto, decía Nariz-hendida, era quitarle a estos hombres todas sus malas
artes, ponerlos a trabajar, sin excepción, y no permitir que nadie pudiera
comer sin trabajar. Nariz-hendida, empero, formulaba objeciones a esta teoría.
Se debía avanzar y no retroceder, solamente se conseguía una fuerza uniendo a
todos. Si los Comedores-de-carne, juntaban sus fuerzas a la de los
Comedores-de-pescado, ya no habría más guerra, ni vigilantes, ni guardias, y
como todo el Mundo trabajaría, el alimento sería lo bastante abundante para que
cada uno no tuviera que ocuparse de trabajar más que un par de horas por día.
Acto seguido el Escarabajo
retomó su estribillo, acusando a Nariz-hendida de vagancia, entonando a
continuación, La Canción de las abejas. Era un himno extraño que enloquecía a
sus oyentes como si hubieran bebido licor ardiente. Se trataba de una colmena
de abejas en la que había sido admitida una avispa ladronzuela que robaba su
miel. La avispa, les decía que no tenían necesidad de trabajar y les aconsejaba
que se aliaran con los osos, esos buenos amigos y que equivocadamente eran
tomados por ladrones de su miel. El Escarabajo empleada expresiones ambiguas
para hacer comprender a los oyentes que la colmena significaba el Valle del
Mar, que los osos representaban a los Comedores-de-carne y que la avispa está
personificada por Nariz-hendida. Cuando cantó como las abejas siguiendo los
consejos de la avispa hasta encontrarse a dos dedos del desastre, el pueblo se
puso a gruñir y graznar, y cuando el Escarabajo proclamó cómo las buenas abejas
se revelaron y picaron hasta que se murió a la avispa, cogieron piedras y
lapidaron a Nariz-hendida hasta que su cadáver desapareció sepultado bajo un
montón de rocas.
Y entre los que las habían
tirado se encontraba mucha pobre gente que había trabajado mucho y por la misma
razón pasaban más hambre.
Después de Nariz-hundida,
un solo hombre se atrevió a plantarse para decir lo que pensaba. Se llamaba
Cara-peluda:
–¿Dónde está la fuerza de
los fuertes? –preguntó–. Somos fuertes nosotros, mucho más que Diente-de-perro,
Cara-de-tigre, Tres-patas y Jeta-de-cerdo, que no hacen más que atracarse y
amenazarnos con su fuerza de mala ley. No se es poco fuerte más que cuando se
es esclavo. Si el primer hombre que descubrió el fuego con sus virtudes y usos
hubiera empleado su fuerza, habríamos sido sus esclavos, de la misma manera que
lo somos ahora de Pequeña-panza que descubrió las virtudes y usos de la trampa
para los peces, así como los otros que supieron descubrir los usos y virtudes
de la tierra, las cabras, y del licor ardiente. Antes, vivíamos en los árboles,
hermanos míos, y nadie vivía con seguridad. Pero no nos combatamos más los unos
contra los otros, hemos de unir nuestras fuerzas. Pues bien, dejemos también de
pelearnos contra los Comedores-de-carne. Aumentemos nuestras fuerzas, con las
suyas. Entonces seremos verdaderamente fuertes, marcharemos juntas ambas
partes, para matar tigres, leones, perros, y lobos salvajes, haremos pastar
nuestras cabras en todas las faldas de las montañas, sembraremos nuestro trigo
y plantaremos nuestros tubérculos en todos los valles. Aquel día seremos tan
fuertes que todos los animales salvajes huirán de nosotros y desaparecerán. Y
nada nos detendrá, porque la fuerza de cada individuo será la fuerza de todos los
hombres de este Mundo.
Así hablaba Cara-peluda, y
lo mataron con el pretexto de que era un retrógrado que nos quería hacer volver
a la vida en los árboles. Cada vez que un hombre se levantaba para ir adelante,
los dueños del dinero lo trataban de atrasado y pedían su muerte. Y la gente
pobre, en su estupidez, ayudaba a lapidarlo.
Sí, éramos todos tontos,
excepto los gordos que no trabajaban. A los tontos se les llamaba sabios, y a
los sabios se les masacraba.
La tribu continuó
perdiendo su fuerza. Los niños eran débiles y enclenques. Y como el alimento
nos faltaba, extrañas enfermedades caían sobre nosotros haciéndonos morir como
moscas. Entonces los Comedores-de-carne se abalanzaron sobre nosotros. Durante
demasiado tiempo, siguiendo a Cara-de-tigre, habíamos cruzado la montaña para
matarlos. Ahora venían a cobrar lo suyo. Nos exterminaron a todos, excepto a
algunas mujeres que se llevaron con ellos. El Escarabajo y yo pudimos escapar a
la carnicería. Ocultándome en los lugares más salvajes me hice cazador de carne
y ya no conocí más el hambre. Robé una mujer a nuestros enemigos y me fui a
vivir a las cavernas de las altas montañas donde no podían encontrarme. Tuvimos
tres hijos que robaron, cada uno de ellos, una mujer a los Comedores-de-carne.
Y ya sabéis el resto, pues ¿no sois vosotros mis nietos?
–¿Y qué fue de el
Escarabajo? –preguntó Corre-gamo.
–Se fue a vivir con los
Comedores-de-carne y llegó a ser cantor del rey. Ahora es un viejo, pero repite
siempre las mismas canciones. En cuanto un hombre se levanta para ir hacia
adelante, lo acusa de querer ir para atrás para retornar a la vida en los
árboles.
Barba-larga hurgó el
cuerpo del oso y masticó un pedazo de grasa entre sus encías desdentadas.
–Un día –dijo limpiándose
las manos en el costado–, todos los tontos habrán muerto y todos los vivos
seguirán la ruta del progreso.
La fuerza de
los fuertes les pertenecerá y unirán sus energías de tal manera que ningún
hombre del mundo podrá combatir a otro. Ya no se verán más guardias ni
vigilantes sobre las murallas. Todos los animales de presa desaparecerán y,
como lo había profetizado Cara-peluda, nuestras cabras pastaran en las laderas
de las montañas y cultivaremos nuestro trigo y nuestras raíces suculentas en
todos los valles de la Tierra. Todos los hombres serán hermanos, ninguno pasará
su existencia tumbado al Sol y haciéndose alimentar por sus semejantes.
Y todos estos acontecimientos llegarán cuando todos los tontos
hayan muerto y ya no existan más virtuosos que marquen el paso y entonen La
Canción de las abejas. Pero las abejas no son seres humanos.
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